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viernes, 9 de agosto de 2013

OJALA QUE LOS PROBLEMAS FUERAN AZUCAR PARA DISOLVERSE EN LA MEMORIA.




Tenía la mirada perdida en el horizonte cuando la profesora Magali Tercero, titular de la clase de crónica indicó que saliéramos a dar un recorrido por la Avenida Nuevo León. Nuestro objetivo era escribir sobre nuestras impresiones; para mí resultó un alivió: a pesar de que la tarde era lluviosa y había charcos por todos lados, no me importaba mojarme. A decir verdad, esa tarde no me importaba absolutamente nada; mis compañeros amablemente me invitaron a cumplir el recorrido con ellos, sin embargo rechacé su oferta, con el pretexto de que más adelante los alcanzaría. En cuanto los perdí de vista me dispuse a caminar por el lado contrario. No había dado ni siquiera diez pasos cuando irremediablemente lágrimas rodaron por mis mejillas. Para mi buena suerte, las gotas de lluvia rollizas empezaban a caer con violencia, ahora nadie se daría cuenta que estaba llorando. Sumida en el caos de mis pensamientos, mes senté en las escaleras que daban a la entrada de una elegante morada. La controversia en mi cabeza me atormentaba, justo cuando el agua que caía del cielo formaba enormes ríos abajo y brotaba con frenesí de mí. Estaba a punto de ahogarme cuando pasó un señor: su cabello pintaba muchas canas, tenía aproximadamente 60 años, tez morena, rechoncho, bajito y de apariencia humilde; en sus ojos había brillo, llevaba una canasta con golosinas y un paraguas azul. Se acercó a ofrecerme sus mercancías. Yo, sin articular palabra, con ademán rechacé su oferta. El hombre inicialmente dudó, me inclino a pensar que la irritación de mi nariz y ojos me delataron, y con la mirada dulce de un abuelo expresó
–Señorita, disculpe que me entrometa en sus asuntos, no quiero ofenderla, pero parece que está pasando por un momento difícil; mi abuela me solía decir “esto también pasará".
Sus palabras fueron como bálsamo para mi alma y antes de que pudiese incorporarme sacó un mazapán de La Rosa de su canastita y me lo ofreció, Yo no había sacado mi bolsa del salón de clases, le indique que no traía dinero y me contestó guiñándome el ojo:
–No se preocupe éste va por cuenta de la casa, para que se endulce un ratito - y me sonrió con ternura.
Tomé la golosina y el primer pensamiento que pasó por mi mente fue que ojalá los problemas fueran de azúcar para disolverse en la memoria. Cuando quise hablarle ya el señor había continuado su camino, avanzando un par de metros.
Yo lo seguí, quería hacerle unas preguntas y le explique qué estaba haciendo una crónica de la calle de Nuevo León, que sus respuestas serían de gran ayuda para mi trabajo.
“¿Hace cuánto que usted trabaja vendiendo golosinas aquí?” Me indicó que hace años que vende en la zona y anteriormente era bolero, antes albañil, tortero, jardinero, entre otros que formaban parte de los últimos oficios que ha desempeñado para subsistir y  llevar el pan a su familia. Tiene cuatro hijos, tres varones y una muchacha; actualmente ya todos están casados, excepto Jesús  de diecinueve años, quien estudia el primer año de la carrera de Ingeniería en la UNAM, motivo que lo llena de orgullo y satisfacción pues él solo pudo estudiar hasta quinto año de primaria debido a la precaria situación económica por la que atravesaba su familia; dice que su hijo Jesús junto con su esposa Amelia de cincuenta y cinco años, con la que tiene más de treinta años de casado, son su gran aliciente, los que lo hacen levantarse a trabajar cada mañana pese al dolor de sus rodillas, padece de gota desde ya varios años.
No sé cuánto duró nuestra conversación porque el tiempo parecía detenerse. Cuando concluyó su historia y nos despedimos le di las gracias por todo, y en verdad que tenía mucho que agradecerle. Ya la lluvia había cesado, decidí recorrer una vez más la calle de Nuevo León, ahora todo parecía diferente. Noté la variada oferta de restaurantes, el olor de caldo de camarón de “La Ostra” me sedujo. De haber traído plata no lo hubiera dudado, se me hizo agua la boca al mirar a los comensales entrarle con ganas a las tostadas de ceviche agregándole unas gotitas del buffet de salsas de todos colores y sabores que adornan las mesas de tan pintoresca marisquería. Para no incomodar a los clientes con mi mirada golosa reanudé mi marcha, al pasar frente la Cafebreria  El Péndulo, el aroma dulce a café que emana de su interior me invitaba a traspasar sus puertas, pero no lo hice, preferí quedarme afuera a mirar las ofertas de libros en saldo que sitúan en la estantería de la entrada; mientras comparaba precios y autores, no pude evitar escuchar la charla de los chicos del Valet Parcking, en su mayoría jóvenes de veinticinco a treinta y cinco años. Ellos charlaban animadamente sobre el regalo que le haría uno de ellos a su novia, pues se encontraba en el difícil predicamento de escoger entre flores o chocolates, a lo cual uno de ellos respondió sarcástico:
“Regálale un pomo Güey, yo preferiría que mi vieja me regalara un pomo en lugar de otra mamada”. Su comentario desató la risa de los demás, incluyendo la mía, pues también comparto su sugerencia.
Reanudé mi marcha y cruce con precaución la calle para no ser arrollada por algún ciclista ya que ahora entre autos, perros y bicis el peatón queda a la deriva.
Al terminar de capotear los obstáculos al cruce, me di cuenta que en el camellón se encontraba una hermosa mujer alta, rubia de ojos claros, en medio de un grupo de personas que amablemente le solicitaban sacarse una foto con ella; enorme fue mi impresión al advertir que se trataba de la cantante de música pop, mexicana de origen español, Belinda, corrí como guepardo hacia la multitud. Al estar frente a esa despampanante mujer mi asombro fue todavía mayor al reparar en que se trataba de un travesti finamente caracterizado como la famosa celebridad. A los asistentes no parecía importarle pues en verdad que en las fotos nadie notara la diferencia con la original. Un poco decepcionada continué mi andar de regreso al CCLXV y ya casi iba a concluir el tiempo que tenía para realizar mi trabajo, me crucé con un par de tortolos de aproximadamente de veinte y veinticinco años, el chico le obsequiaba una caja de cupckes a su enamorada y ella lo abrazaba tiernamente, ¡ah el amor!
Más adelante una jovencita caminaba paseando a sus perros ¡que perros! un grupo de seis canes de la raza Alaskan Malamute conocidos por su gran fortaleza corporal que los lleva a ser usados para jalar trineos en países de climas extremos donde neva. Sería acaso esa la razón de llevar dicho número de cuadrúpedos. Por un instante me imagine a la chica en el trineo jalado por ellos; sin embargo lo que más me causó curiosidad fue saber si con sus escasos 50 kilos podría ser capaz de dominarlos en caso de que se echasen a correr.
Ya había llegado a la entrada de mi destino, no sin antes dar un último vistazo  a la avenida para tratar de capturar en mi memoria los colores, olores, amores y todo lo que encierra el microcosmos de la enigmática colonia Condesa. Ingresé a las instalaciones con una sonrisa en los labios y el pensamiento que rondaba en mi mente ensimismada en mis problemas era: las soluciones no se encuentran, la vida está afuera ofreciéndonos un abanico de posibilidades y hay que salir  a buscarlas.


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