Tenía
la mirada perdida en el horizonte cuando la profesora Magali Tercero,
titular de la clase de crónica indicó que saliéramos a dar un recorrido
por la Avenida Nuevo León. Nuestro objetivo era escribir sobre nuestras
impresiones; para mí resultó un alivió: a pesar de que la tarde era
lluviosa y había charcos por todos lados, no me importaba mojarme. A
decir verdad, esa tarde no me importaba absolutamente nada; mis
compañeros amablemente me invitaron a cumplir el recorrido con ellos,
sin embargo rechacé su oferta, con el pretexto de que más adelante los
alcanzaría. En cuanto los perdí de vista me dispuse a caminar por el
lado contrario. No había dado ni siquiera diez pasos cuando
irremediablemente lágrimas rodaron por mis mejillas. Para mi buena
suerte, las gotas de lluvia rollizas empezaban a caer con violencia,
ahora nadie se daría cuenta que estaba llorando. Sumida en el caos de
mis pensamientos, mes senté en las
escaleras que daban a la entrada de una elegante morada. La controversia
en mi cabeza me atormentaba, justo cuando el agua que caía del cielo
formaba enormes ríos abajo y brotaba con frenesí de mí. Estaba a punto
de ahogarme cuando pasó un señor: su cabello pintaba muchas canas, tenía
aproximadamente 60 años, tez morena, rechoncho, bajito y de apariencia
humilde; en sus ojos había brillo, llevaba una canasta con golosinas y
un paraguas azul. Se acercó a ofrecerme sus mercancías. Yo, sin
articular palabra, con ademán rechacé su oferta. El hombre inicialmente
dudó, me inclino a pensar que la irritación de mi nariz y ojos me
delataron, y con la mirada dulce de un abuelo expresó
–Señorita,
disculpe que me entrometa en sus asuntos, no quiero ofenderla, pero
parece que está pasando por un momento difícil; mi abuela me solía decir
“esto también pasará".
Sus
palabras fueron como bálsamo para mi alma y antes de que pudiese
incorporarme sacó un mazapán de La Rosa de su canastita y me lo ofreció,
Yo no había sacado mi bolsa del salón de clases, le indique que no
traía dinero y me contestó guiñándome el ojo:
–No se preocupe éste va por cuenta de la casa, para que se endulce un ratito - y me sonrió con ternura.
Tomé
la golosina y el primer pensamiento que pasó por mi mente fue que ojalá
los problemas fueran de azúcar para disolverse en la memoria. Cuando
quise hablarle ya el señor había continuado su camino, avanzando un par
de metros.
Yo
lo seguí, quería hacerle unas preguntas y le explique qué estaba
haciendo una crónica de la calle de Nuevo León, que sus respuestas
serían de gran ayuda para mi trabajo.
“¿Hace
cuánto que usted trabaja vendiendo golosinas aquí?” Me indicó que hace
años que vende en la zona y anteriormente era bolero, antes albañil,
tortero, jardinero, entre otros que formaban parte de los últimos
oficios que ha desempeñado para subsistir y llevar el pan a su familia.
Tiene cuatro hijos, tres varones y una muchacha; actualmente ya todos
están casados, excepto Jesús de diecinueve años, quien estudia el
primer año de la carrera de Ingeniería en la UNAM, motivo que lo llena
de orgullo y satisfacción pues él solo pudo estudiar hasta quinto año de
primaria debido a la precaria situación económica por la que atravesaba
su familia; dice que su hijo Jesús junto con su esposa Amelia de
cincuenta y cinco años, con la que tiene más de treinta años de casado,
son su gran aliciente, los que lo hacen levantarse a trabajar cada
mañana pese al dolor de sus rodillas, padece de gota desde ya varios
años.
No
sé cuánto duró nuestra conversación porque el tiempo parecía detenerse.
Cuando concluyó su historia y nos despedimos le di las gracias por
todo, y en verdad que tenía mucho que agradecerle. Ya la lluvia había
cesado, decidí recorrer una vez más la calle de Nuevo León, ahora todo
parecía diferente. Noté la variada oferta de restaurantes, el olor de
caldo de camarón de “La Ostra” me sedujo. De haber traído plata no lo
hubiera dudado, se me hizo agua la boca al mirar a los comensales
entrarle con ganas a las tostadas de ceviche agregándole unas gotitas
del buffet de salsas de todos colores y sabores que adornan las mesas de
tan pintoresca marisquería. Para no incomodar a los clientes con mi
mirada golosa reanudé mi marcha, al pasar frente la Cafebreria El
Péndulo, el aroma dulce a café que emana de su interior me invitaba a
traspasar sus puertas, pero no lo hice, preferí quedarme afuera a mirar
las ofertas de libros en saldo que sitúan en la estantería de la
entrada; mientras comparaba precios y autores, no pude evitar escuchar
la charla de los chicos del Valet Parcking, en su mayoría jóvenes de
veinticinco a treinta y cinco años. Ellos charlaban animadamente sobre
el regalo que le haría uno de ellos a su novia, pues se encontraba en el
difícil predicamento de escoger entre flores o chocolates, a lo cual
uno de ellos respondió sarcástico:
“Regálale
un pomo Güey, yo preferiría que mi vieja me regalara un pomo en lugar
de otra mamada”. Su comentario desató la risa de los demás, incluyendo
la mía, pues también comparto su sugerencia.
Reanudé
mi marcha y cruce con precaución la calle para no ser arrollada por
algún ciclista ya que ahora entre autos, perros y bicis el peatón queda a
la deriva.
Al
terminar de capotear los obstáculos al cruce, me di cuenta que en el
camellón se encontraba una hermosa mujer alta, rubia de ojos claros, en
medio de un grupo de personas que amablemente le solicitaban sacarse una
foto con ella; enorme fue mi impresión al advertir que se trataba de la
cantante de música pop, mexicana de origen español, Belinda, corrí como
guepardo hacia la multitud. Al estar frente a esa despampanante mujer
mi asombro fue todavía mayor al reparar en que se trataba de un travesti
finamente caracterizado como la famosa celebridad. A los asistentes no
parecía importarle pues en verdad que en las fotos nadie notara la
diferencia con la original. Un poco decepcionada continué mi andar de
regreso al CCLXV y ya casi iba a concluir el tiempo que tenía para
realizar mi trabajo, me crucé con un par de tortolos de aproximadamente
de veinte y veinticinco años, el chico le obsequiaba una caja de cupckes
a su enamorada y ella lo abrazaba tiernamente, ¡ah el amor!
Más
adelante una jovencita caminaba paseando a sus perros ¡que perros! un
grupo de seis canes de la raza Alaskan Malamute conocidos por su gran
fortaleza corporal que los lleva a ser usados para jalar trineos en
países de climas extremos donde neva. Sería acaso esa la razón de
llevar dicho número de cuadrúpedos. Por un instante me imagine a la
chica en el trineo jalado por ellos; sin embargo lo que más me causó
curiosidad fue saber si con sus escasos 50 kilos podría ser capaz de
dominarlos en caso de que se echasen a correr.
Ya
había llegado a la entrada de mi destino, no sin antes dar un último
vistazo a la avenida para tratar de capturar en mi memoria los colores,
olores, amores y todo lo que encierra el microcosmos de la enigmática
colonia Condesa. Ingresé a las instalaciones con una sonrisa en los
labios y el pensamiento que rondaba en mi mente ensimismada en mis
problemas era: las soluciones no se encuentran, la vida está afuera
ofreciéndonos un abanico de posibilidades y hay que salir a buscarlas.
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