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lunes, 27 de febrero de 2017

Primavera del 73

Tenía 24 años, los días eran de fuego y las tardes sofocantes en Illinois. Estaba tratando de ponerme pomada para el dolor sobre mi trasero, cuyas manchas moradas contrastaban con mi piel blanca como el marfil. Al darme por vencida en  la odisea, opte por ponerme un par de jeans acampanados en vez del vestido floreado que usaría para el cumpleaños del padre de Andrew. Como la mayoría de las novias me sentía contenta y ansiosa de asistir a este evento familiar, a cinco días de nuestra boda religiosa. Mi prometido decidió darme el anillo de compromiso tras obtener una promoción para trabajar en las oficinas centrales de Nueva York. Ambas familias veían con buenos ojos nuestra unión. Lo conocí un día que se presentó en la empresa en la que trabajaba como secretaria. Él era contador y buscaba unos documentos para su jefe. Coincidimos un par de veces en la oficina y en una de ésas me invitó a tomar un café, y las cosas se fueron dando. Es un buen hombre, trabajador y responsable.
Esa tarde, al llegar a casa de mis suegros, el aroma a carne asada inundaba todo el jardín. Se escuchaba una pieza de los Rolling Stones de fondo y alguien me ofreció una cerveza. La rechacé amablemente y preferí beberme una limonada. Tras varias presentaciones con nuevos rostros que me presenta mi novio, sonrisa de modelo y estrechón de manos, Andrew me invita a tomar asiento con sus tías y hermanas, me dice que va a ver en que les ayuda con la parrillada, doy mi mejor cara y finjo interés en la conversación, al postrarme sobre la silla de mimbre contengo la respiración para que mi rostro no vislumbre ni un atisbo del dolor que siento al hundir mis carnes sobre la superficie.
Una pariente pasa un plato lleno de fruta para refrescar a los invitados en lo que llegan las hamburguesas, sin dudarlo ni un segundo mis manos toman una rebanada generosa de mango y al llevarla a mis carnosos labios, la rebanada cae sobre mis pantalones, con la perfecta excusa de asearme recojo el trozo de cielo con una servilleta y me dirijo al sanitario; cuando intento abrir la perilla tiene seguro, mierda está ocupado, los minutos parecen horas, espero impacientemente, siento como mi corazón se acelera y una lluvia salada impregna frente y pecho, en una mano llevo la servilleta con el trozo de mango y con la otra decido quitarme el sombrero azul que llevaba para cubrirme del inclemente sol, dejando al descubierto mi dorada melena de rizos salvajes. Al fin la puerta se abre, es uno de sus sobrinos, un chico de 12 años, le sonrió falsamente y me introduzco en el servicio.
Arrojo el sombrero al piso, la tapa del baño esta bajada, me coloco dolorosamente sobre esta y con la mano libre me desabotono los jeans, introduzco la mano bajo mis panties de organdí y empiezo a frotar mi cuerpo, mientras con la otra acerco el trozo de mango a mis fauces y lo muerdo con frenesí,  justo antes de llegar al Everest mi mente se queda en blanco por unos segundos y mi respiración se acelera al tiempo que tocan a la puerta, desconcertada regreso violentamente de mi trance y contesto, está ocupado ya salgo, rápidamente me limpio la boca con la servilleta, lavo mis manos y corto un trozo de papel para recoger los vestigios de placer que inundan mi entrepierna, abrocho el pantalón, recojo el sombrero, me peino el cabello y alegre salgo.
Todo comenzó hace un mes, cuando por sugerencia  de mi madre accedí a matricularme en clases de alta cocina al salir de mi trabajo, ella decía que a un hombre se le llega por el estómago,  se jactaba de ser excelente cocinera, cosa que no le valió para evitar que mi padre la abandonara cuando  yo era pequeña (A los demás les decimos que mi padre murió en un accidente, ella a base de mucho trabajo y esfuerzo es dueña de su propia estética, la cual es nuestro sustento y yo aporto con mi trabajo como secretaria) pero insistía diciendo que si yo no dominaba a la perfección las artes culinarias no llegaría a ser una buena esposa, mi familia era muy conservadora y a pesar de que estaba en boga la liberación femenina y el movimiento hippie, en mi familia seguían arraigadas las tradiciones, a mí no me disgustaba la idea, además las clases eran impartidas por Mark Stamos chef  reconocido quien era dueño del Tily´¨s restaurante de moda en la ciudad.
La primera clase Mark  se presentó con el grupo. Era casado, había estudiado gastronomía en Nueva York con grandes maestros del arte culinario, tenía un curriculum interesante, había publicado un libro sobre cocina Californiana y hacía tres años era dueño de su propio negocio que iba viento en popa, sin duda un hombre exitoso y emprendedor a sus 38 años,  rubio de ojos cafés y mirada penetrante, era alto y su complexión robusta contrastaban con su fuerte personalidad, que  a veces llegaba a ser algo intimidante a mi parecer.
Iba los martes y los jueves a las clases al salir del trabajo, era la sexta clase y todo transcurría sin novedad, ese día me sobraron rebanadas de mango que llevaba en un topper para una salsa que hicimos, cinco minutos antes de finalizar la clase mientras Mark nos daba las últimas recomendaciones. De 35 años aproximadamente, blanca con cabello rojo entro y aguardo en silencio en el quicio de la puerta, volteamos a verla porque el maestro desvió la mirada por encima de nosotros, me llamo la atención que vestía una blusa de cuello de tortuga, un saco y pantalones acampanados, aunque la hacían lucir bella no contrastaban con lo caluroso del clima, Mi sensei  corto las indicaciones y se despidió rápidamente diciendo que nos veríamos la siguiente clase, fui la última en irme, mientras recogía mis cosas recordé que no podría asistir la próxima clase pues me tocaba ir a la prueba del vestido de novia y debía llevar unas perdices para la práctica de equipo, quería preguntarle a Mark si habría problema con que yo pasara a dejarlas un día antes al restaurant, mientras me dirigía a su oficina iba comiéndome un par de rebanadas de mango que me sobraron de la práctica, lo primero que vi fue a la dama que se encontraba de espaldas, Mark le gritaba con violencia, le reclamaba que lo hubiera interrumpido en clase, la voz frágil y minúscula apenas se escuchaba pero entendí que se trataba de su esposa, decía que fue porque ya iba a terminar su clase, se excusó diciendo que nunca quiso interrumpirlo, dijo que necesitaba hablar con el sobre un asunto de su hijo. Él se ponía más violento a medida que ella trataba de explicarle, a tal grado que la asió fuertemente por el brazo mientras le decía que no podía salir sola ni tomar decisiones por si misma sin consultarle porque le pertenecía. Al ver lo subido de tono de la discusión me agazape para mirar mientras mordía el último trozo de fruta. Mark termino la discusión arrojándola por el brazo a una de las sillas de su oficina, ella sollozaba pidiéndole perdón, él manifestó que iría a recoger al niño que ella había encargado con su suegra, le afirmo que no saliera de la oficina hasta que se hubiera calmado que no deseaba que nadie se enterara de sus asuntos.
El profesor salió como ráfaga de la oficina y nunca advirtió mi presencia, la señora continua llorando calladamente. Tenía taquicardia y estaba sudando, me fui al sanitario, entre al cubículo, me subí el vestido corto, baje mis bragas y sentada en la taza mientras orinaba note que las panties estaban mojadas. Me sentía extraña, una mescla de confusión, morbo y culpabilidad me invadían, me había encendido ver a Mark discutir con su mujer, que clase de erotismo podía haber en eso, de donde venía, en realidad Mark no era feo pero no lo consideraba particularmente atractivo, tenía algo de clase pero nada fuera de lo común, no era mi tipo, creía.
Tome papel sanitario para limpiar mis genitales, me arregle el vestido, lave mis manos y salí del tocador, en el trayecto a mi casa no dejaba de pensar en lo ocurrido, volviendo a experimentar otra vez la excitación al revivir las imágenes de Mark furioso hablándole de esa manera a su cónyuge. Cuando llegue a casa, camine a mi habitación y no baje a cenar pretextando dolor de cabeza; supuse que mama y abuela con quienes vivía lo achacarían al estrés de la boda. En mi cama antes de dormir dedique un último pensamiento al momento en que Mark la tomaba fuertemente por el brazo y le decía que le pertenecía, mientras mi altar de venus se inundaba y yo me sumergía en onírico erotismo.
 Arreglándome más de lo acostumbrado frente al espejo, se me hacía tarde para ir a mi trabajo pero no me importaba, ese día tenia clase de gastronomía y quería lucir regia. Salí corriendo en cuanto dio mi hora de salida. En el restaurante, en el área destinada a las clases elegí el lugar más cercano a Mark, nos enseñaba como filetear un pescado correctamente, yo no podía dejar de mirar sus manos, eran fuertes y cuidadas, siempre me fijo en las manos de un hombre, me parece que son tremendamente sexys, las imagino recorriendo mi cuerpo, introduciendo sus dedos en mi boca y en mi vientre, en esas divagaciones me encontraba cuando Mark me pregunto si me había quedado claro el procedimiento a lo que inconscientemente dije que sí, acto seguido me paso una trucha y el afilado cuchillo de filetear, me dijo que hiciera el procedimiento, yo no tenía ni idea e  intente torpemente cortar al pez, y solo conseguí hacerme un corte en los dedos pues el pececillo se resbalo de mis manos, sentí como la sangre subía a mis mejillas, Mark me miro con sus profundos ojos cafés y me dijo en tono imperativo ve a lavarte. Avergonzada deje las cosas y salí del salón, mientras me enjuagaba en el baño, no dejaba de pensar porque justamente me había dicho a mí que lo hiciera, ¿se daría cuenta de que lo miraba inapropiadamente?, ¿le molesto mi falta de atención? Lo peor sería tener que regresar con mi cara de imbécil delante de todos.
Ni hablar, me estaba tardando demasiado y no podía estar el resto del tiempo en el baño, regrese como si nada, al menos eso intente y tome mi sitio, lo que faltaba de la clase el profesor no volvió a dirigirse a mí.
Al día siguiente el sol brillaba, Andrew me esperaba en la sala, eran las 10:00 am del sábado, iríamos a ver unos detalles del salón de fiestas, posteriormente a comer, baje corriendo, mama y abuela ya le ofrecían café, él lo rechazo amablemente, nos despedimos y salimos, me abrió la puerta de su Cadillac turquesa con capote blanco, me beso tiernamente en la boca, dijo que lucía hermosa, yo usaba un vestido verde con manga tres cuartos, sonaban los Doors en la radio, tras ver lo del salón donde cumplió todas mis peticiones, comimos en el Miller´s Pub y finalizamos la tarde en el auto cinema, ya en la función, él me expresaba cuanto me amaba y deseaba que fuera su esposa, me dio un beso mientras ponía una de sus manos en mi muslo, mi vestido era corto y algo ajustado, el intento subir sus manos y un poco antes de llegar a la altura de mi pubis lo detuve, le dije que también deseaba estar con él pero prefería esperar a la noche de bodas, que no era buena idea arruinar el momento que tanto hemos esperado, el me dio la razón, seguidamente respiro profundo y mencionó que era hora de irnos.
Las personas suelen decir que soy una buena chica aunque algo seria e introvertida, lo que pasa es que creo que al hablar solo repetimos lo que ya sabemos, sin embargo cuando escuchamos podemos aprender algo más, siempre tuve buenas notas en el colegio y solo tuve un novio antes de conocer a mi futuro esposo; con el que dure poco tiempo pues era algo mayor y mi madre decía que era posesivo y controlador, su intervención contribuyo a que la relación terminara. Era virgen y el encuentro más cercano que había tenido con un hombre eran besos. Andrew es un hombre joven y atractivo, blanco, alto, de cabello castaño oscuro y ojos azules como los míos, es respetuoso y conservador, es el chico adecuado para casarme y formar una familia, eso me dicen todos y les creo.  Mas no puedo dejar de pensar en Mark desde el día de la discusión, él ni siquiera me mira y sería incapaz de mencionarle algo, pienso en el de una manera confusa, no siento amor ni siquiera afecto, más bien temor, respeto y  admiración hacia un hombre tan seguro de sí, tan capaz de llevar un negocio, ser un líder y conducirse a paso seguro por la vida; En eso me recuerda a mi padre, él era un hombre dominante, seguro como Mark, el ultimo recuerdo que tengo de él es de una mañana que me despertaron los gritos y el ruido de vasos rotos, yo tenía siete años, cuando llegue a la cocina vi a mi madre en el piso tenia sangre en la boca y le arrogaba vasos cuando el amenazaba con acercarse a ella, en cuanto mi padre advirtió mi presencia, salió de la casa con los ojos inyectados de furia y nunca más volví a verlo, mi madre nunca hablo sobre el incidente y yo tampoco le pregunte.
Era el último día del curso de gastronomía y yo me puse mi vestido verde ajustado y deje que mis risos salvajes siguieran su propio estilo, no tenía muchas ganas de peinarme estaba un poco desanimada porque ya no iba a ver a Mark, después de la boda nos mudaríamos a Nueva York por el nuevo empleo de Mark, yo renunciaría a mi trabajo pues Andrew estaba seguro que con su nuevo puesto no nos faltaría nada y sería mejor que yo me quedara en el hogar. Para la última clase haríamos costillas de cerdo marinadas en salsa para barbacoa una de las especialidades del Tili¨s y helado de mango.
La clase transcurrió sin novedad, Mark era parco en sus comentarios sobre nuestro trabajo, solo nos decía está bien cuando las cosas iban correctamente o si no, nos decía concretamente cual había sido el detalle que nos falló, pero nunca nos felicitaba, frecuentemente salía para tomar llamadas o hacer indicaciones a su personal, siempre controlándolo de todo.  Ese día me dijo que mi practica estaba bien, nos agradeció por haber asistido al curso y nos invitó a seguir practicando y adentrándonos en el complejo arte culinario, tras la foto del recuerdo se realizó un pequeño convivio con los compañeros del grupo, compartimos nuestros alimentos de la práctica, me sentía cohibida, Andrés me dijo un día antes que no podría acompañarme al convivio pues trabajaría hasta tarde y mi naturaleza tímida hacia que no me integrara fácilmente a la plática de los demás, Mark estuvo poco tiempo entre sus alumnos y se retiró cuando uno de los cocineros del Tilys le llamo. Yo aproveche para despedirme y justo antes de salir decidí pedirle que me autografiara su ejemplar de cocina californiana, me daba mucha pena pero sabía que no volvería a verlo y quería conservar un recuerdo, cuando pregunte por el en la cocina dijeron que estaba en su oficina, cuando me pare en el quicio de la puerta no pude evitar sentir el corazón acelerado y recordar el día de la discusión con su mujer, Mark estaba tomando una llamada y anotando datos,  usaba bigote a lo Burt Reynolds, el vello de su pecho se dejaba ver con la camisa color café con estampado romboide y usaba pantalones beige acampanados, su cabello corto, ondulado y rubio estaba peinado de lado. Me miro para hacerme una seña con la mano de que lo aguardara yo estaba súper nerviosa, pensé en marcharme, no deseaba molestarlo, mientras razonaba esto, el colgó la llamada y me dijo pasa toma asiento, en que puedo ayudarte Vera, se me atoraba la saliva en la garganta, nunca había sido tan amable, le dije que lamentaba interrumpirlo pero quería pedirle que me firmara su libro, le dije me marcharía de la ciudad, con una sonrisa me dijo claro sería un placer, tras rubricarlo me miraba alegremente, estaba en llamas, el calor que sentía me hizo separar un poco las piernas, Mark lo noto, se acercó hacia el otro lado del escritorio donde estaba sentada y se quedó parado con el tomo en sus manos, lo interprete como una invitación a retirarme, me pare, tome mi volumen y di las gracias sin poder sostenerle la mirada, al darme la vuelta para salir el me abrazo sorpresivamente por atrás, con una mano cubriendo mi cintura y la otra tocando mis labios vaginales que estaban inundados, no traía bragas, el me besaba intensamente el cuello y atrás de las orejas, le dije La Puerta Está Abierta, me soltó para ir a cerrarla, fue la única palabra que cruzamos en el acto, cuando volteo yo estaba acostada sobre el escritorio con mis Puertas Abiertas hacia él, sin más preámbulo procedió a quitarse la camisa y desbotonarse los pantalones, inmediatamente me  embistió sin piedad, la espada era poderosa como el, sentí mucho dolor la primera vez que me habito pero después de un tiempo inefable sentí que mi corazón se mudó a mi entrepierna y empezó a latir y bombear sangre dentro de mí, tras lo cual se detuvo unos instantes, quizá porque lo mordí en el hombro mientras sucedía, su colonia tenia aroma frutal, su piel era húmeda y ácida, y me recordó el olor y textura del mango. mientras recuperaba el aliento, se enderezo, estiro mis piernas sobre su tupido pecho, las cerro  y las hizo a un lado sosteniéndolas con su fuerte brazo, los movimientos eran furiosos, pero lo mejor estaba por venir, para ese entonces ya se había percatado de que estaba sangrando, no supe si eso le molesto o lo encendió aún más, procedió a voltearme y ponerme de frente al escritorio y subirme la pierna derecha apoyada en una de las sillas, yo sentía que estaba muy abierta, su falo era imponente pero resbalaba bien dentro de mí, tenía que hacer un gran esfuerzo para contener mis gemidos, con una mano apretaba mis senos que no paraban de temblar con las arremetidas, y con la otra golpeaba y apretaba con violencia mis nalgas, mi cuerpo nunca había sido usado ni tocado de esta manera, Escuchaba su respiración agitada y ardiente vibrando en mi nuca,  tuve otra explosión y lo noto pues el túnel estaba absorbiéndolo como si quisiera devorarlo, estaba totalmente bañada, se salió y toco mi grupa hinchada y candente, procedió a llevar la humedad hasta mi ano masajeándolo, antes de que pudiera pensarlo se internó en él, mientras me tapaba la boca y me hacía fuertemente al escritorio para que no me resistiera, se alivió,  yo junto con él, luego de unos instantes, mientras intentábamos recuperar el aliento aún no se retiraba de mí, cuando pelirroja abrió la puerta, al vernos, salió corriendo horrorizada, él se quitó violentamente, cerro el pantalón y tomo su camisa del suelo, mientras se la abrochaba partió tras ella, fue la última vez que lo vi.
Me quede helada, recogí mi ropa, busque papel para limpiarme, tenía rastros de sangre en las nalgas y muslos, no tarde en hallarlo estaba en el primer cajón, limpie y me asee lo mejor que pude. Salí discretamente, al parecer además de la esposa de Mark nadie más lo había notado o fingían muy bien.
Al salir pensé tomar un taxi pero me dolía el cabo y temía sentarme, mejor camine aunque también me lastimaba la vagina inflamada con el rose de las piernas. Cuando llegue a casa fui directo a la ducha, por suerte mama y abuela no estaban, lo último que quería era verlas en ese momento. Luego de bañarme dormí, debía levantarme temprano al otro día para asistir a la parrillada, con la feliz seguridad de que el recuerdo de una fruta ácida y pulposa me perseguiría.

 

 

lunes, 13 de febrero de 2017

Denominación de origen, a la conquista de mercados internacionales


                                         La denominación de origen abre puertas en diversos mercados del mundo por hacer referencia a un producto originario de una región específica, cuya calidad y características se deben únicamente al medio en que se desarrollan, como resultado de los factores: naturales y producción humana.

De acuerdo con información del portal revistadelconsumidor.gob.mx, México está suscrito desde 1958 al Arreglo de Lisboa, relativo a la protección de denominaciones de origen y su registro internacional. En nuestra nación es el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial, el organismo que se encarga de emitir declaratorias de protección de denominación de origen y autorizarla, pues es el Estado mexicano el propietario de los derechos.

México presume sus 15 denominaciones de origen hay algunas que se sitúan en los primeros lugares en exportación internacional, pero países como Suiza cuentan con más de 700, Estados Unidos con más de 900 y la Unión Europea superaba las 6,000, nos espera largo camino por recorrer.

El Cacao Grijalva recibió la más reciente Declaración de Protección de Denominación de Origen, a partir de las semillas del cacao se obtiene el cacao en grano, los cuatros productos intermedios (licor de cacao, manteca de cacao, pasta de cacao y cacao en polvo) y el chocolate

El Cacao Grijalva se suma así al Tequila, Mezcal, Olinalá, Talavera, Bacanora, Ámbar de Chiapas, Café Veracruz, Sotol, Café Chiapas, Charanda, Mango Ataúlfo del Soconusco de Chiapas, Vainilla de Papantla, Chile Habanero de la Península de Yucatán y Arroz del Estado de Morelos.

Hasta ahora el modelo de competencia de la economía mexicana se basa en dos temas: la manufactura y la exportación de materias primas, ahora es momento de apostar por algo más, Las denominaciones de origen pueden ayudar a mantener a flote las exportaciones en momentos de desaceleración del mercado interno. Si bien las exportaciones conocidas como no petroleras (agropecuarias, extractivas y manufactureras) ya tienen más peso que las exportaciones de petróleo, México se caracteriza por especializarse en ciertos productos que lo convierten en potencia como es el caso del Tequila Al contar con la Denominación de Origen, México es el único país que puede producir y exportar este producto. En 2014 se exportaron a EUA 134 millones de litros de tequila, equivalentes al 55% de la producción nacional, lo que le ha abierto las puertas al sector nacional en el mercado chino.

México es punto clave para la producción y el comercio global, con 12 acuerdos comerciales con 45 países, que le dan acceso a un mercado de más de mil 100 millones de consumidores.

Un adecuado sistema de la propiedad industrial promoverá la inversión privada, la generación de empleos, el desarrollo económico y, en general, la competitividad del país en las exportaciones, la Denominación de Origen proporciona un marco legal de defensa y protección del producto contra los imitadores. Tiene más posibilidades que los productos sean del agrado para los consumidores que cualquier otro que no la tenga, ya que distingue a los productos Mexicanos, estipula una buena calidad y los ubica en una  región determinada que puede llegar a afectar de manera positiva otros sectores como el turístico, que sigan aumentando los productos con Denominación de Origen en la conquista de mercados internacionales.

Articulo publicado en la cuarta edición de la Revista Diario Del Exportador de Perú.
https://issuu.com/diariodelexportador/docs/revista_diario_del_exportador_n___0_b1932e210f1acd/68 

lunes, 27 de enero de 2014

Noches Blancas


                                                                                                                                  Ginger Triana
 
                                                                                                                                           
La araña de sus dedos tibios avanzando sobre mis senos generosos me despertó por la mañana. La blancura de las paredes de la habitación, así como de las sábanas de satín, me deslumbraron en cuanto abrí los ojos, intenté zafarme de sus caricias suavemente, pero al sentir su aliento cerca de mi oído musitar palabras sucias ya no pude resistirme. Aún escurría el semen de anoche por mis nalgas. Estaba completamente desnuda. Es mi costumbre dormir así, a pesar de este invierno canadiense que se mete en los huesos. Me fascina dormir libre, sin atavíos, para sentir la suavidad del satín contra mi cuerpo limpio y perfumado. Es mi rutina darme una ducha caliente por las noches y rociarme unas gotas de mi fragancia favorita. Antes de acostarme me quito la bata negra y la cuelgo en el perchero, a un lado de la cama, pues sé que él me aguarda. Sé que sus ganas me pertenecen. Me pierdo en el verano azul de sus ojos, como en el cielo de Toronto, mientras me interno lentamente en el bosque de las sábanas. A veces se acerca de manera tierna, como si fuera un gatito; otras, se abalanza sobre mí como un león amenazado, tras lo cual quedamos exhaustos. Luego nos abrazamos y perdemos en el mundo de los sueños.
Cuando se apartó de mí esta mañana, tras venirse, sentí nostalgia. La cama es el único lugar donde podemos entendernos. Por la mañana, cuando nos separamos, echo de menos los orgasmos, los besos, los gemidos, el sudor y las corridas; me pregunto cuánto durará la tregua; me incorporo, descuelgo mi bata y me dirijo a la cocina a preparar el desayuno. Casi inmediatamente inician las primeras controversias del día: comienzan los desencuentros, pero hacemos una pausa, por falta de tiempo, y nos alistamos para ir a nuestros respectivos trabajos. Sé que continuaremos la discusión por la noche. Antes de salir le muestro una lista con los artículos de la despensa para la semana. La toma con desdén y sale sin despedirse; no le cayó tan mal, después de todo, yo suelo hacer lo mismo. Nuestra relación es tan complicada como excitante. Amo cada centímetro de esa piel de porcelana. El cuerpo tiene una extensión limitada; sin embargo, el alma está habitada por tantas personas de las que no sabemos absolutamente nada. Suelo preguntarme cuánto tiempo se necesita para saber si una relación funciona, cuándo es mejor retirarse. He deseado marcharme desde el día que lo conocí. Hoy me invade un profundo deseo de no separarme de él jamás y, al mismo tiempo, de salir corriendo hacia el lado contrario. Por estas complicaciones es que aparece una rosa blanca en mi comedor, cada semana, religiosamente. Es su forma de suavizar nuestras controversias.
Un año y medio después heme aquí con múltiples deseos y dudas, mientras recorro la oscuridad de la urbe, hacia mi trabajo, en el suburbano.
A lo largo de la jornada laboral recibí mensajes de texto suyos y no quise contestarlos: sé que le molesta y eso me encanta. Él es lo primero que veo al abrir la puerta del apartamento: sus rizos dorados caen sobre su frente, sentado ante la laptop, en medio de una espesa nube de humo. Antes que cualquier cosa lanzo el primer proyectil. Le reclamo por no abrir la ventana, odio el olor rancio del tabaco. Me mira furioso y reanudamos el pleito que teníamos pendiente, ahora intensificado por lo de la ventana y las bolsas del supermercado que invaden toda la sala. ¡Qué demonios le costaba guardarlas! ¡Y ni siquiera una rosa blanca en el comedor para endulzar, al menos, su holgazanería!
Repele la agresión a gritos acusándome de infiel por no contestar sus mensajes. En mi mente estalla la idea de que lo haría sin dudarlo, si conociera alguien que me gustara tanto como él, si no ¿qué caso tendría?, y sonrío mientras me inclino provocativamente con mi falda corta y ajustada a recoger los víveres, lo cual desata más su furia. Cree que me burlo.
Intempestivamente me da una bofetada que me hace perder el equilibrio. Los tacones facilitan mi caída, amortiguada por las bolsas del mandado. Un sabor a hierro invade mi boca mientras veo que un coco sale rodando de una de las bolsas hacia mí. Siento cómo mis bragas se humedecen. Nunca me había tratado así. No sé si es por la adrenalina, pero como el calor viaja por el metal, unas llamas transitan sobre mis piernas, escalan mi sexo y alcanzan mi cabeza. Veo su rostro encendido descomponerse. Se avergüenza. Al percatarse de que estoy bien intenta levantarme, pero no permito que me toque, tomo el coco y se lo lanzo con todas mis fuerzas. Logra esquivarlo con habilidad y éste se estrella contra la pared, partiéndose en dos. Contemplo la salida de su dulce líquido cual eyaculación masculina. Su agradable aroma inunda el lugar. Me quedo hipnotizada ante su blancura interna. ¿Cómo es que un fruto, en apariencia tan burda, puede contener un secreto de virginal delicia en su interior? Unos instantes después lo veo sentarse, con la cara entre las manos, en una de las sillas blancas del comedor blanco. Aun no termino de chupar la sangre de mi labio. Me levanto con cautela, sin que él se dé cuenta, y voy hacia el coco, introduzco mi palma dentro de él y desprendo la tierna pulpa de su concha: esto me recuerda esos momentos en que él roza mi vulva con la mano y me excito aún más. Lamo la carne nívea y aspiro su aroma antes de descorrer el hilo de mi tanga. Tomo un puño de nieve tropical y la unto en mi vulva. La sensación es deliciosa. Sin embargo, él me descubre: me observa, asombrado, con el rostro humedecido por gotas de mar. Dejo que me saboree con los ojos un instante más. Noto la paulatina hinchazón de su miembro. Me tiro sobre la alfombra y abro las piernas al máximo, mientras continúo el níveo masaje. Él se acerca, retira mi mano, se humedece los labios y bebe de mi cavidad llena de pulpa. Me devora poco a poco. Estoy a punto de llegar al orgasmo cuando él se desabrocha el pantalón e intenta penetrarme, pero no lo permito. Estiro mi brazo para tomar la otra mitad del coco que yace vacía, sin rastro de líquido. Desprendo su delicada carne y la sopeso en mi mano. Él yace desnudo, sentado en el piso. Le doy un beso mordelón, con gusto a sangre, mientras deslizo mi mano pulposa por su espada. Lo escucho estremecerse. Luego me inclino para beber de la flauta de jade y devoro los tiernos trozos blancos aferrados a su glande. Ahora mi boca sabe a coco. Una vez que termino me monto sobre él, sigo el vaivén de las olas y, justo cuando siento que van a estrellarse sobre las rocas, nos besamos intensamente: vemos el estallido de fuegos artificiales, tras lo cual nos levantamos, olvidándonos del desorden doméstico, y subimos a dormir el sueño post-orgásmico.
Por la mañana me despierta el vacío de la cama. Se ha ido a trabajar más temprano. Bajo en busca de fruta y yogurt. Me reconforta ver que recogió las bolsas y puso los víveres en su sitio. Me sorprende que en el comedor blanco haya dejado un coco en vez de una rosa blanca.  

viernes, 9 de agosto de 2013

OJALA QUE LOS PROBLEMAS FUERAN AZUCAR PARA DISOLVERSE EN LA MEMORIA.




Tenía la mirada perdida en el horizonte cuando la profesora Magali Tercero, titular de la clase de crónica indicó que saliéramos a dar un recorrido por la Avenida Nuevo León. Nuestro objetivo era escribir sobre nuestras impresiones; para mí resultó un alivió: a pesar de que la tarde era lluviosa y había charcos por todos lados, no me importaba mojarme. A decir verdad, esa tarde no me importaba absolutamente nada; mis compañeros amablemente me invitaron a cumplir el recorrido con ellos, sin embargo rechacé su oferta, con el pretexto de que más adelante los alcanzaría. En cuanto los perdí de vista me dispuse a caminar por el lado contrario. No había dado ni siquiera diez pasos cuando irremediablemente lágrimas rodaron por mis mejillas. Para mi buena suerte, las gotas de lluvia rollizas empezaban a caer con violencia, ahora nadie se daría cuenta que estaba llorando. Sumida en el caos de mis pensamientos, mes senté en las escaleras que daban a la entrada de una elegante morada. La controversia en mi cabeza me atormentaba, justo cuando el agua que caía del cielo formaba enormes ríos abajo y brotaba con frenesí de mí. Estaba a punto de ahogarme cuando pasó un señor: su cabello pintaba muchas canas, tenía aproximadamente 60 años, tez morena, rechoncho, bajito y de apariencia humilde; en sus ojos había brillo, llevaba una canasta con golosinas y un paraguas azul. Se acercó a ofrecerme sus mercancías. Yo, sin articular palabra, con ademán rechacé su oferta. El hombre inicialmente dudó, me inclino a pensar que la irritación de mi nariz y ojos me delataron, y con la mirada dulce de un abuelo expresó
–Señorita, disculpe que me entrometa en sus asuntos, no quiero ofenderla, pero parece que está pasando por un momento difícil; mi abuela me solía decir “esto también pasará".
Sus palabras fueron como bálsamo para mi alma y antes de que pudiese incorporarme sacó un mazapán de La Rosa de su canastita y me lo ofreció, Yo no había sacado mi bolsa del salón de clases, le indique que no traía dinero y me contestó guiñándome el ojo:
–No se preocupe éste va por cuenta de la casa, para que se endulce un ratito - y me sonrió con ternura.
Tomé la golosina y el primer pensamiento que pasó por mi mente fue que ojalá los problemas fueran de azúcar para disolverse en la memoria. Cuando quise hablarle ya el señor había continuado su camino, avanzando un par de metros.
Yo lo seguí, quería hacerle unas preguntas y le explique qué estaba haciendo una crónica de la calle de Nuevo León, que sus respuestas serían de gran ayuda para mi trabajo.
“¿Hace cuánto que usted trabaja vendiendo golosinas aquí?” Me indicó que hace años que vende en la zona y anteriormente era bolero, antes albañil, tortero, jardinero, entre otros que formaban parte de los últimos oficios que ha desempeñado para subsistir y  llevar el pan a su familia. Tiene cuatro hijos, tres varones y una muchacha; actualmente ya todos están casados, excepto Jesús  de diecinueve años, quien estudia el primer año de la carrera de Ingeniería en la UNAM, motivo que lo llena de orgullo y satisfacción pues él solo pudo estudiar hasta quinto año de primaria debido a la precaria situación económica por la que atravesaba su familia; dice que su hijo Jesús junto con su esposa Amelia de cincuenta y cinco años, con la que tiene más de treinta años de casado, son su gran aliciente, los que lo hacen levantarse a trabajar cada mañana pese al dolor de sus rodillas, padece de gota desde ya varios años.
No sé cuánto duró nuestra conversación porque el tiempo parecía detenerse. Cuando concluyó su historia y nos despedimos le di las gracias por todo, y en verdad que tenía mucho que agradecerle. Ya la lluvia había cesado, decidí recorrer una vez más la calle de Nuevo León, ahora todo parecía diferente. Noté la variada oferta de restaurantes, el olor de caldo de camarón de “La Ostra” me sedujo. De haber traído plata no lo hubiera dudado, se me hizo agua la boca al mirar a los comensales entrarle con ganas a las tostadas de ceviche agregándole unas gotitas del buffet de salsas de todos colores y sabores que adornan las mesas de tan pintoresca marisquería. Para no incomodar a los clientes con mi mirada golosa reanudé mi marcha, al pasar frente la Cafebreria  El Péndulo, el aroma dulce a café que emana de su interior me invitaba a traspasar sus puertas, pero no lo hice, preferí quedarme afuera a mirar las ofertas de libros en saldo que sitúan en la estantería de la entrada; mientras comparaba precios y autores, no pude evitar escuchar la charla de los chicos del Valet Parcking, en su mayoría jóvenes de veinticinco a treinta y cinco años. Ellos charlaban animadamente sobre el regalo que le haría uno de ellos a su novia, pues se encontraba en el difícil predicamento de escoger entre flores o chocolates, a lo cual uno de ellos respondió sarcástico:
“Regálale un pomo Güey, yo preferiría que mi vieja me regalara un pomo en lugar de otra mamada”. Su comentario desató la risa de los demás, incluyendo la mía, pues también comparto su sugerencia.
Reanudé mi marcha y cruce con precaución la calle para no ser arrollada por algún ciclista ya que ahora entre autos, perros y bicis el peatón queda a la deriva.
Al terminar de capotear los obstáculos al cruce, me di cuenta que en el camellón se encontraba una hermosa mujer alta, rubia de ojos claros, en medio de un grupo de personas que amablemente le solicitaban sacarse una foto con ella; enorme fue mi impresión al advertir que se trataba de la cantante de música pop, mexicana de origen español, Belinda, corrí como guepardo hacia la multitud. Al estar frente a esa despampanante mujer mi asombro fue todavía mayor al reparar en que se trataba de un travesti finamente caracterizado como la famosa celebridad. A los asistentes no parecía importarle pues en verdad que en las fotos nadie notara la diferencia con la original. Un poco decepcionada continué mi andar de regreso al CCLXV y ya casi iba a concluir el tiempo que tenía para realizar mi trabajo, me crucé con un par de tortolos de aproximadamente de veinte y veinticinco años, el chico le obsequiaba una caja de cupckes a su enamorada y ella lo abrazaba tiernamente, ¡ah el amor!
Más adelante una jovencita caminaba paseando a sus perros ¡que perros! un grupo de seis canes de la raza Alaskan Malamute conocidos por su gran fortaleza corporal que los lleva a ser usados para jalar trineos en países de climas extremos donde neva. Sería acaso esa la razón de llevar dicho número de cuadrúpedos. Por un instante me imagine a la chica en el trineo jalado por ellos; sin embargo lo que más me causó curiosidad fue saber si con sus escasos 50 kilos podría ser capaz de dominarlos en caso de que se echasen a correr.
Ya había llegado a la entrada de mi destino, no sin antes dar un último vistazo  a la avenida para tratar de capturar en mi memoria los colores, olores, amores y todo lo que encierra el microcosmos de la enigmática colonia Condesa. Ingresé a las instalaciones con una sonrisa en los labios y el pensamiento que rondaba en mi mente ensimismada en mis problemas era: las soluciones no se encuentran, la vida está afuera ofreciéndonos un abanico de posibilidades y hay que salir  a buscarlas.


viernes, 28 de junio de 2013

Beso de Partida

Hay papacito, mira nada más como estas; después de tanta vida, ¡Energía pura irradiaban tus ojitos verdes! y ahora estás todo frío, quieto, pálido y tirado en esa caja, cual trapo viejo que ya no sirve.
Quien hubiera pensado que este vestido negro tan elegante lo iba a estrenar aquí, el día de hoy para tu funeral, yo que celosamente lo tenía guardado para festejar tu divorcio, para ese día tan especial que esperé con ilusión durante 10 años; el día que por fin te separaras de esa vieja bruja de la Domitila y te casaras conmigo.
Pero tú no cumpliste, te fuiste sin decir adiós, dejando a las dos mujeres que tanto te amamos y odiamos; ricas, felices, satisfechas, libres; pues esta es la verdad; estábamos hartas de ti, de tus celos, maltratos, tu machismo y arrogancia.
Un día sin que supieras, Domitila vino a mi morada, para decirme que ella siempre supo de nuestros "queveres" y que me odiaba, pero estaba dispuesta a tolerarme, porque sabía que era estéril y nunca podría concebir un hijo tuyo, así que no le importaba que yo te calentara el lecho en las noches frías, mientras no tuviera que compartir el dinero de sus hijos con un bastardo; ya hasta se había acostumbrado a mi perfume; pero definitivamente no estaba dispuesta a tolerar a otra suripanta aprovechada, que le daba mucha pena arruinarme la tarde, pero venía a decirme que tenías otra amante; una jovencita rozagante de 18 años, de la cual parecías estar muy enamorado, tanto que la otra noche le pediste el divorcio, cosa que nunca hiciste por mí
Sus palabras fueron una daga en mis entrañas, al principio no le creí, pero en el fondo sabía que mis presentimientos eran verdad.
Tras secarme un par de lágrimas, le pregunte: ¿Que quería, si venía a humillarme, a burlarse o qué diablos buscaba?
Me dijo que su paciencia había llegado al límite, pero tenía miedo; venía a pedirme, implorarme, suplicarme que la ayudara a cometer un atroz crimen en tu contra papacito, pues ella no tenía valor de hacerlo sola; al principio me horrorice; pero sus palabras fueron tan convincentes que no pude resistirme, me dijo que me habías dejado esta casita que habito en tu testamento, que todo lo demás le pertenecía a ella y a sus hijos, pero si la ayudaba no impugnaría el testamento y me daría la parte que me corresponde.
¡Mis celos y despecho eran tan grandes! que no tuve más remedio que colaborar a la hora que descomponer los frenos de tu camioneta, y poner esas gotas para el insomnio en el café que te di antes de que te marcharas de aquí; junto con ese beso, con el que te robe el último aliento.
Y  ahora estoy aquí, mirándote en tu féretro, dándote la despedida.
 

domingo, 3 de marzo de 2013

Pachamama

 
Por un largo recorrido de montes pretenciosos y veredas peligrosas, poco antes de la ultima cumbre, en el estado de Hidalgo, existe un pedacitó de cielo; que se materializa en tierra con forma de rió turquesa, cuyo liquido fluye armoniosamente y a cálida temperatura, en maravillosas cascadas; que brotan misteriosamente del vientre de la madre naturaleza. Una gruta, un útero lleno de enigmáticos secretos, esculturas hechas de minerales y piedra, que se han labrado eternamente en mi memoria por su extraordinaria belleza; tras gestarme en su matriz, durante minutos inimaginables viví un éxtasis divino, después fui arrojado nuevamente al mundo, por el túnel pedrusco, lúgubre, bochornoso y húmedo; que me purifico en cuerpo y alma, retorne a la realidad cruzando un velo de agua cristalina. Ya nada sera igual, una parte de mi se quedo para siempre hay, cuento los minutos para regresar y volver a contemplar, ese sensual vértigo en el encuentro de luz y sombra de las grutas de Tolantongo en Hidalgo, refugio de mi corazón.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Los Artistas

Artistas, guerreros infranqueables
luchan por gritar.
No temen a la obscuridad
siempre quieren escarbar
aunque los quieran encerrar.

Todas las guerras son escaramuzas
cuando les llega la musa

Corazón de fuego, nervios de cristal, ímpetu real
son características de esta especie astral.

Sin indagar respuesta, formulan preguntas
no miran afuera, construyen adentro;
son piedra, son volcán, son pura medula espinal, 
mas nunca dejaran de dar.
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