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viernes, 28 de junio de 2013

Beso de Partida

Hay papacito, mira nada más como estas; después de tanta vida, ¡Energía pura irradiaban tus ojitos verdes! y ahora estás todo frío, quieto, pálido y tirado en esa caja, cual trapo viejo que ya no sirve.
Quien hubiera pensado que este vestido negro tan elegante lo iba a estrenar aquí, el día de hoy para tu funeral, yo que celosamente lo tenía guardado para festejar tu divorcio, para ese día tan especial que esperé con ilusión durante 10 años; el día que por fin te separaras de esa vieja bruja de la Domitila y te casaras conmigo.
Pero tú no cumpliste, te fuiste sin decir adiós, dejando a las dos mujeres que tanto te amamos y odiamos; ricas, felices, satisfechas, libres; pues esta es la verdad; estábamos hartas de ti, de tus celos, maltratos, tu machismo y arrogancia.
Un día sin que supieras, Domitila vino a mi morada, para decirme que ella siempre supo de nuestros "queveres" y que me odiaba, pero estaba dispuesta a tolerarme, porque sabía que era estéril y nunca podría concebir un hijo tuyo, así que no le importaba que yo te calentara el lecho en las noches frías, mientras no tuviera que compartir el dinero de sus hijos con un bastardo; ya hasta se había acostumbrado a mi perfume; pero definitivamente no estaba dispuesta a tolerar a otra suripanta aprovechada, que le daba mucha pena arruinarme la tarde, pero venía a decirme que tenías otra amante; una jovencita rozagante de 18 años, de la cual parecías estar muy enamorado, tanto que la otra noche le pediste el divorcio, cosa que nunca hiciste por mí
Sus palabras fueron una daga en mis entrañas, al principio no le creí, pero en el fondo sabía que mis presentimientos eran verdad.
Tras secarme un par de lágrimas, le pregunte: ¿Que quería, si venía a humillarme, a burlarse o qué diablos buscaba?
Me dijo que su paciencia había llegado al límite, pero tenía miedo; venía a pedirme, implorarme, suplicarme que la ayudara a cometer un atroz crimen en tu contra papacito, pues ella no tenía valor de hacerlo sola; al principio me horrorice; pero sus palabras fueron tan convincentes que no pude resistirme, me dijo que me habías dejado esta casita que habito en tu testamento, que todo lo demás le pertenecía a ella y a sus hijos, pero si la ayudaba no impugnaría el testamento y me daría la parte que me corresponde.
¡Mis celos y despecho eran tan grandes! que no tuve más remedio que colaborar a la hora que descomponer los frenos de tu camioneta, y poner esas gotas para el insomnio en el café que te di antes de que te marcharas de aquí; junto con ese beso, con el que te robe el último aliento.
Y  ahora estoy aquí, mirándote en tu féretro, dándote la despedida.
 

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